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ZorroAventuras Cap 1: San Miguel de Allende.

Foto del escritor: Raúl F. AguilarRaúl F. Aguilar

Actualizado: 21 feb 2019


“¡Despacio pendejo, ¿que no sabes pasar topes?!” de esta manera inició nuestro viaje a San Miguel de Allende un sábado por la mañana, con los gritos del padre de mi mejor amigo quien desde el asiento trasero no se le escapaba ni un solo detalle respecto a las técnicas de manejo de quien ese día sería el conductor. Yo por mi parte cumplía mi función como mejor amigo y copiloto al venir riéndome como foca retrasada, un detalle de suma importancia que vale la pena recalcar.


Personalmente siempre me han gustado los viajes en carretera, soy de las personas que prefiere no dormir y simplemente disfrutar de la música, el paisaje y una amena conversación lo cual no falto en nuestra travesía de algunas horas.


Luego de una parada para desayunar llegamos a nuestro destino alrededor del mediodía, afortunadamente el clima estuvo a nuestro favor y el día se encontraba soleado y libre de nubes lo cual nos daba una gran mira panorámica desde que el auto desciende hacia el centro de la ciudad, es entonces cuando lo sientes, las calles empedradas. En ese momento todo cambia, las casas pasan a ser de un estilo más rústico con estilos europeos mezclados con el barroco que predominó en la Colonia, los árboles en las pequeñas calles que forman enormes y refrescantes arcos sobre el camino y los diversos locales de comida y hospedaje que nos ofrece la ciudad porque sí, admitámoslo, turismo es igual a ingresos a.k.a. capitalismo.


Algo que me gustaría expresar de manera muy directa es que San Miguel de Allende es una ciudad que te va a cansar, a que me refiero con esto, es una ciudad donde tienes que caminar así que si te molesta hacerlo o tienes una pésima condición física, lamento decirte que no la disfrutarás al 100. ¿Por qué lo hago sonar tan radical? Bueno es cierto que es un sitio turístico altamente conocido y que su concentración humana se encontrará en la famosa catedral pero San Miguel de Allende es más que solo sacarse fotos frente a dicha construcción y darle la vuelta al parque mientras saboreas un helado. Esta ciudad la tienes que explorar pues existen muchos pequeños lugares que se encuentran escondidos entre sus calles y valen la pena descubrir. ¿Recuerdas esa expresión de “disfrutar las pequeñas cosas”? pues aquí aplica a la perfección ya que entre esas bonitas callejuelas empedradas hay arquitectura delicada y hermosa, casas con sus puertas abiertas que ofrecen un paseo en el tiempo y sitios dónde solo puedes sentarte bajo ramas de flores y estar en paz.


Y eso fue algo que afortunadamente descubrimos apenas bajamos del auto, pues como bien saben todos, la regla de oro siempre es estacionarte lejos para encontrar lugar y al caminar hacia el punto principal ir viendo todos los detalles ya mencionados, desde un local que ofrecía una amplia variedad de mezclas de especias en polvo y liquidas, hasta un restaurante subterráneo de comida tailandesa. Sin embargo al final del día somos turistas y como el resto de ellos terminamos también en la plaza principal frente a la iglesia para sacar las típicas fotos para Facebook e Instagram, por cierto, tocando el tema de las fotos creo que todos hemos visto hermosas imágenes de esta ciudad donde son tomas perfectas, sin ruido y claramente libre de interferencias. Lamento desilusionaros pero como en la mayoría de sitios turísticos en el mundo, es realmente ridícula la exagerada cantidad de gente que hay. Enserio, ¿fotos perfectas? Olvídense de ellas.


Fue en ese momento dónde mis instintos de zorro estresado por verse rodeado de tanta gente se activaron y buscaron urgentemente un lugar con menos personas, es cuando descubrí algo que me dio un gran respiro. Dentro de la iglesia y a un costado de ella había una puerta de madera al final de un pasillo, vi que personas entraban pero no parecían ser turistas, lo hacían niños también y tampoco parecían pertenecer a la sacristía así que entre yo también. Tras esa puerta había un largo túnel que giraba y subía y terminaba en otra puerta, detrás de ella había un pequeño parque privado. Era como un punto de reunión pues había una cancha de baloncesto y también salones dónde impartían clases, me corrijo, era una casa de la cultura, un centro comunitario pues ninguna de las personas que habían allí eran turistas. Eran niños, madres y gente adulta que como yo querían escapar del bullicio de los forasteros.


Después de darme un respiro salí de allí con más ganas de sobrellevar la gran cantidad de personas pero horas más tarde ya estábamos agotados y hambrientos, como dije, esta ciudad exige un sacrificio para ser disfrutada y este sacrificio son tus pies. Terminamos el día en la terraza de un restaurante italiano donde probé unos de los mejores ravioles de mi vida y una pizza tan artesanal que me hizo sentir como si concibiera a un Julio Cesar en mi estómago. Salimos por la noche de ahí y de nuevo nos maravillamos con la nueva ciudad nocturna que aparecía ante nuestros ojos pero que nos había robado las fuerzas para explorarla ¿mi recomendación y futura acción? San Miguel de Allende necesita de más de un día para ser aprovechada, necesita energía, necesita emoción y unas ganas intensas de vivir una aventura.

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